¿Qué pasa con el nuevo arancel del 10% impuesto por USA para Chile?
Imagina esto: eres una pequeña viña del Maule. Después de años de esfuerzo, consigues finalmente entrar al competitivo mercado estadounidense. Tu Cabernet Sauvignon empieza a figurar en estanterías de supermercados en la costa oeste. Inviertes en packaging, reduces tus márgenes para ganar volumen, comienzas a recibir comentarios de sommeliers y minoristas. Todo avanza. Pero de pronto, una firma en un papel en Washington —ajena a tu historia, a tu terroir, a tu compromiso— cambia las reglas del juego.
Un nuevo arancel del 10% impuesto por USA cae como un hachazo sobre todos tus envíos.
¿Puede un 10% cambiarlo todo? La respuesta, aunque incómoda, es sí.
No es solo comercio, es narrativa
El 2 de abril de 2025, la administración Trump anunció la imposición de un arancel generalizado del 10% sobre casi todas las importaciones, como parte de una estrategia de «reindustrialización» interna. Este paquete afectó a países considerados “competidores desleales” o “no recíprocos”, entre ellos Chile, Argentina, Brasil y Colombia.
México y Canadá quedaron fuera. También quedaron exentos países con tratados de nueva generación y mayores compromisos en defensa comercial. A la Unión Europea se le aplicó un arancel del 20%.
Así, el vino chileno, que históricamente había ingresado a Estados Unidos libre de aranceles gracias a un tratado bilateral en vigor desde 2004, pasó a pagar un 10% en la aduana. La medida fue justificada bajo una cláusula de seguridad económica nacional que permite a EE.UU. aplicar medidas excepcionales incluso a países con TLC vigentes. En otras palabras: no se rompió el tratado, pero se lo dejó en suspenso.
No es la primera vez que nos enfrentamos a este tipo de movimientos proteccionistas, pero sí es una de las más simbólicas. Porque el vino no es solo un producto más de exportación. Es una narrativa embotellada. Y cuando se encarece artificialmente por una medida unilateral, no solo se pierde competitividad. Se debilita una historia.
¿Pero Chile no iba a ser parte del NAFTA por allá por los 90´s?
Esta parte de la historia es menos conocida, pero clave para entender la frustración que hoy sienten muchos exportadores chilenos.
En los años 90, Chile fue invitado formalmente a incorporarse al NAFTA, el histórico tratado que unía a Estados Unidos, México y Canadá desde 1994. Incluso se hablaba de que Chile sería el primer país “extra” en expandir la plataforma trilateral hacia Sudamérica. Pero el entusiasmo duró poco: el Congreso estadounidense no otorgó al presidente Clinton la «fast track authority» para negociar con Chile, y las conversaciones se congelaron.
En vez de eso, Chile y EE.UU. terminaron firmando un TLC bilateral en 2003, que entró en vigencia en 2004. Es un tratado sólido, pero no otorga la misma protección que el nuevo T-MEC (que reemplazó al NAFTA en 2020). El T-MEC incluye cláusulas de resolución de disputas más rápidas y reglas más estrictas que limitan la aplicación de aranceles arbitrarios. Por eso, ni México ni Canadá fueron afectados por este nuevo arancel.
¿La lección? Chile apostó por una relación directa, bilateral, que funcionó por dos décadas. Pero cuando el «proteccionismo» se volvió norma, descubrimos que no estábamos tan protegidos como creíamos.
El golpe al vino chileno y el nuevo arancel del 10% impuesto por USA
La medida del nuevo arancel del 10% impuesto por USA afecta a todos los productos chilenos que lleguen a EE.UU, incluyendo los vinos chilenos.
El vino chileno, principalmente en su versión embotellada, representa el núcleo del prestigio internacional de nuestra industria. Es en ese formato donde viajan las etiquetas, los premios, los puntajes. Es ahí donde se juega gran parte del posicionamiento país. También exportamos espumantes, con un crecimiento silencioso pero sostenido. Y por supuesto, el granel: ese mar de litros que se vende a precios mínimos, pero sostiene parte de la cadena.
Sin embago cómo afecta a los diferentes segmentos del vino no es igual para todos. Y no porque queden «libre del arancel», si no por los rangos de precios en donde afectarán.
Los vinos, en todo el mundo, se dividen de manera estandar en Vino a Granel y Vino Embotellado. El Vino Embotellado, por su parte, también se segmenta, según el rango de precios/calidad que tenga.
Por lo tanto, el 10% de un vino que es económico precisamente por el bajo margen no afecta de la misma manera al de alta gama donde el margen es mayor.
La estructura del daño se ve mas o menos así:
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El vino a granel, donde el margen por litro ya es mínimo, simplemente se vuelve inviable.
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El vino embotellado económico, que compite en góndolas de supermercados contra alternativas estadounidenses, pierde su principal ventaja: el precio.
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El vino embotellado de gama media, que suele posicionarse como “buena relación calidad/precio”, queda en tierra de nadie: ni lo suficientemente barato para competir con el granel, ni lo suficientemente aspiracional para resistir el alza.
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Solo los vinos ultra-premium, los iconos de $60, $100 o más, logran mantenerse casi intactos. Sus consumidores no se ven disuadidos por un 10% extra. Pero estos vinos son una minoría.
Es una paradoja amarga: lo que más exportamos es lo que más se encarece.
¿Y qué podemos hacer con el arancel del 10% impuesto por USA a los vinos chilenos ?
Estados Unidos no es cualquier mercado. Es el mayor importador de vinos del mundo en términos de valor, y uno de los más sofisticados. Estar ahí es más que una venta: es validación. Significa que tu vino está compitiendo con lo mejor del mundo en igualdad de condiciones.
En 2024, Chile representó cerca del 4% del volumen de vino importado en EE.UU. Por debajo de Italia, Francia, España y Australia. Por encima de países emergentes, pero lejos del podio. Aun así, el mercado era relevante: en vinos de precio medio, por ejemplo, los Sauvignon Blanc y Carménère chilenos eran opciones con buena relación calidad-precio -de esa que no nos gusta hablar pero que de la que estamos muy orgullosos. El espumante también venía creciendo –aunque desde una base pequeña– y las bodegas chilenas buscaban posicionarse como alternativa a los proseccos.
La entrada en vigencia del arancel reconfigura esa realidad. Porque mientras Chile sube 10%, Australia no sube nada.
¿A quién va a preferir un supermercado en Texas con un presupuesto ajustado y metas de ventas?
Y lo peor es que no estamos solos en esta caída. Argentina sufre el mismo arancel. España, Italia y Francia, aún peor: el 20%. En teoría, podríamos ver una oportunidad. Pero entonces miramos a Australia. Y ahí el panorama cambia.
Cuando otros ganan lo que tú pierdes
Australia no fue incluida en la lista negra. ¿Por qué? Porque su tratado de libre comercio con EE.UU. es más reciente, más robusto, y más alineado con los intereses estratégicos de ambos países. En resumen, mejor «protegido».
El resultado: los vinos australianos no suben de precio. Y cuando un supermercado busca reemplazar un Cabernet chileno de $10 ahora convertido en $11, encuentra a un Shiraz australiano de $9,90. ¿A cuál crees que le dará espacio en la góndola?
Los ganadores en esta historia no son solo los que venden más barato. Son los que quedaron fuera del conflicto.
En toda crisis hay ganadores. Y en este caso, los más evidentes son los vinos estadounidenses, que no sufren el arancel, y los australianos, que quedaron exentos por tratados vigentes. En un mercado que busca opciones similares pero más baratas, los productos locales y los de países exentos llenan rápidamente los vacíos.
Eso significa que el espacio que deje Chile no queda vacío. Se ocupa. Y cuando eso pasa, recuperarlo se vuelve mucho más difícil.
El gran miedo detrás del nuevo arancel del 10% impuesto por USA no es perder ventas este trimestre. Es dejar de estar. El importador puede decidir no renovar el contrato y el distribuidor reemplazar la marca. Lo peor, que el consumidor ni siquiera note que el vino chileno desapareció.
Porque eso es lo más inquietante: no que se enoje, sino que no lo eche de menos.
¿Podremos volver a entrar al lineal de ese supermercado que nos reemplazó con un Shiraz australiano más barato? ¿Volverá ese distribuidor que nos sacó de su portafolio después de perder rotación?
Ese es el temor de fondo. No solo la caída de pedidos puntuales o el reajuste de precios. Lo que realmente duele es el riesgo de perder relevancia. .
Y eso cuesta años –si no décadas– recuperar.
El costo oculto: los márgenes se derriten
¿Qué hace una bodega chilena cuando su vino, que llegaba a EE.UU. a 5 dólares FOB, ahora compite en desventaja?
Tiene dos caminos.
El primero, trasladar el sobrecosto al importador. Pero sabemos que eso rara vez funciona: los importadores tienen cientos de alternativas.
El segundo, bajar el precio de exportación para que el producto final mantenga su precio. Es decir: absorber el golpe.
Ambas opciones duelen. En el primer caso, se pierden pedidos. En el segundo, se pierde rentabilidad. Y cuando se pierde rentabilidad, se recortan otras cosas: inversión en marketing, mejora de procesos, innovación en producto.
En silencio, lo que se erosiona es la capacidad de seguir construyendo una industria más sólida.
Diversificar o desaparecer
Lo hemos dicho muchas veces, pero ahora se hace más urgente: Chile necesita diversificar mercados. Apostar por Asia, por Latinoamérica, por los países que valoran lo que somos más allá del precio.
Porque si seguimos dependiendo de mercados como el estadounidense (que se veía estable), donde un cambio de gobierno puede borrar dos décadas de esfuerzo comercial, ¿qué tan sólida es realmente nuestra estrategia? ¿Podemos construir una industria exportadora basada en la incertidumbre política ajena?
No se trata de abandonar a EE.UU., sino de dejar de poner todos los huevos en esa canasta. Lo que el arancel nos muestra no es solo una amenaza coyuntural, sino una debilidad estructural: demasiada dependencia, poca anticipación y demasiada confianza. (Escribendo me pregunto, cuándo habrá sido la última vez que se revisaron los acuerdos de libre comercio con los países del mundo?)
¿Y si el arancel del 10% impuesto por USA dura más de un año?
El peor escenario no es el actual. Es que esto se prolongue. Que el arancel siga durante 2026 y más allá y el consumidor se acostumbre a vivir sin vinos chilenos.
Porque cuando eso ocurre, el costo no es solo de corto plazo. Es una pérdida de valor que puede tomar años revertir. Pregúntale a cualquier marca que alguna vez salió del radar internacional: volver a entrar es caro, difícil y lento.
Y no todos pueden esperar.
Un llamado a la estrategia, no al pánico
Esto no es un llamado al drama, sino a la estrategia. Las viñas que sobrevivan este nuevo escenario no serán necesariamente las más grandes, sino las más lúcidas. Las que logren ajustar su portafolio, fortalecer sus alianzas, reforzar su identidad de marca y encontrar otros caminos.
También será clave el rol del Estado, los gremios y las instancias de promoción internacional. Porque no se trata solo de dejar que el mercado ajuste. Es hora de anticipar, de proteger, de repensar cómo construimos nuestra presencia internacional.
Este arancel, al final, es solo un síntoma. Lo importante es lo que revela.
Maridando
Una vez mi abuelo me dijo el dicho «Aunque haya sol, siempre debes estar preparada por si llueve». Es como una versión de «Mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo»
Pero esta vez no voy a cerrar con poesía. Vamos a cerrar con realidad.
El arancel del 10% impuesto por USA a los vinos chilenos no fue solo una jugada de política comercial. Fue un movimiento que coincidió —qué casualidad— con uno de los episodios más descarados de manipulación de mercado de los últimos años.
En solo 30 minutos, una noticia falsa sobre una supuesta pausa de 90 días en las tarifas generó una montaña rusa bursátil. $2,4 billones de dólares en movimientos. Primero sube, después se desmiente, luego cae. Y mientras millones de personas veían el caos desde la orilla, algunos pocos ya sabían exactamente cuándo y cómo moverse.
Hay quienes dicen —y cada vez con más fuerza— que todo esto fue orquestado para que los ricos se hagan más ricos. Que se trató de hacer caer artificialmente los mercados para comprar barato y vender caro. Y que el resto —las bodegas pequeñas, los productores, los exportadores honestos— simplemente pagan la cuenta sin saber ni cómo ni cuándo ocurrió.
¿Conspiración? ¿Realidad?
No lo sabemos con certeza. Pero lo que sí sabemos es que no podemos seguir dependiendo de un mercado tan volátil, tan manipulado y tan impredecible.
Por eso diversificar no es un deseo, es una urgencia. Necesitamos movernos rápido, mirar a otros mercados con más estabilidad, como Canadá.
Un país con el que tenemos una relación de décadas, reglas claras, y una visión compartida sobre comercio justo.
No será el mercado más grande, pero es uno que no se levanta cada mañana inventando nuevas reglas para poner en jaque a los demás.
Así que no, esto no se trata solo de un 10%.
Se trata de entender que cuando el juego está arreglado, hay que buscar nuevas mesas para jugar.
Y hacerlo antes de que nos saquen del mapa sin siquiera notarlo.